Los compañeros de estudio
miran con aprehensión por las ventanas del salón, en donde un grupo de jóvenes
dibujan capitales con colores tierra y luego las decoran con pan de oro y lapislazuli.
En las astas, arcos y contraformas de góticas y unciales, cuelgan petirrojos de
las rojizas, orquídeas amarillas y dragones de dos colas que revolotean en el
sopor de la tarde. Están celosos de vera tanta acuosidad maternal puesta en
este oficio, que antaño solo era para los hombres.
Fernando Romero Loaiza
De Summa Didactum
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